miércoles, 5 de abril de 2017

Mientras dormía...

Lo primero que hago cuando llego a casa después del trabajo es ducharme, ponerme ropa cómoda, recogerme el pelo y quitarme de la cara todas las pinturas de guerra. Ayer tuve uno de esos días que te agotan hasta decir basta. Terminé tan cansada que solo tuve fuerza para ponerme un pantalón de chándal y hacer la cena. La verdad es que iba monísima. Mitad Barbie Ejecutiva, mitad vengo del hiper de hacerme las mechas. 

Me senté en el sofá con una ensalada y rota por completo. Puse una de las series a las que little sheldon y yo estamos enganchados. Poco a poco me fui escurriendo entre los cojines como un alga hasta que, irremediablemente, me quedé dormida. En realidad nos quedamos fritos los dos porque, cuando me desperté, allá sobre las tres, la pequeña mosca roncaba abrazada a mis piernas.  Con los ojos medio pegados lo llevé a su cama. Luego fui al bañó a lavarme los dientes y de paso desmaquillarme. 

Como soy de las que no les gusta hacer una cosa si puede hacer dos, me senté en el váter y aproveché el instante para pasarme el cepillo facial. Sí, ese que se lleva hasta la última célula muerta de tu ser. En cuanto lo noté vibrar sobre la piel sonreí. ¡Qué maravilla! ¡Qué relax! ¡Qué frescor! Apenas unos segundos después, la cosa se convirtió en ¡joder qué frescor! ¡Coño qué calor! Separé el cacharrito de la cara, abrí los ojos y, tras parpadear varias veces para poder enfocar bien la vista, vi una pasta blanca con un intenso olor a menta deslizándose entre las cerdas. A esas alturas, el rostro ya me ardía. En plan nit de la cremà. 

Medio tambaleándome me puse frente al espejo y me miré el careto. Espectacular. Toda él era una bola enorme de mentol. Un algodón de azúcar gigante de pasta de dientes "ultra fresh" que estaba empezando a estirarme la piel al más puro estilo Renée Zellweger. Me miré con detenimiento y consideré en dejarme la plasta puesta. Tal vez tuviera propiedades antiedad y así deje de gastarme un pastón en cremas cada mes para retrasar lo inevitable. Sin embargo, los ojos me empezaron a escocer y obedecí a mi lado sensato. Abrí el grifo del agua caliente y empecé a lavarme con ella.
¿Cuánta espuma suele hacer el dentífrico? Entre poca y nada, ¿verdad? ¡Error! Cuando te lo aplicas en con un cepillo eléctrico de no sé cuántos millones de revoluciones es como una gota de Fayry en una piscina de olas. Pero, como soy más cabezona que nada, ahí seguí yo dándome agua como si me fuera la vida en ello. Cuatrocientos litros después no había arreglado nada.

Una luz iluminó la única neurona que no debía de estar mareada por el mentol. Alargué la mano, cogí una toalla. ¿Habéis visto alguna vez a un panda dar volteretas en su jaula del zoo? Pues lo mismo. Sin casi poder ver, con la piel tirándome nivel muerte y acordándome de todas las vírgenes, me enzarcé en una guerra a muerte con ese trozo de algodón.

A las cuatro de la mañana conseguí meterme en la cama. Me he levantado con la cara tersa nivel ultratumba y un pestazo a menta que no voy a necesitar insecticida en un par de milenios.

1 comentario :

  1. No conocía tu blog, pero ya te tengo fichada. ¡Lo que me he reído!
    Voy a cotillear un poco.

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