martes, 25 de abril de 2017

Pío, pío que yo no he sido


Una de las obsesiones de mi criatura es el pelo. El suyo no, de ese me encargo yo. El mío. Desde que nació me ha visto con tantos estilos de pelo que lleva varios años obsesionado con mi melena y su color castaño claro natural. Más por agotamiento que por convicción le hago cierto caso. Así es que nada de cortes radicales ni de tonos extraños en la cabeza hasta que me dé un trueno de los míos, claro.  A mi cuarto de baño han regresado, después de años de ausencia, los secadores, los cepillos y hasta una plancha. Y he aquí el MAL.

Siempre he tenido trabajos en los que tiempo ha sido oro, en los que cada minuto contaba y en los que daba igual si llevabas una sartén enganchada en la espalda mientras contaras bien una noticia. De modo que el tema imagen para ir a currar me ha dado bastante igual. Y qué decir del pelo… Si lo llevaba largo, coleta y listo. Si era corto pues mojado tal cual después de la ducha y arreando. Pero claro… Una va cumpliendo años y si ahora se me ocurriera salir con esa pinta igual me acababa deteniendo la Guardia Urbana. Así es que, de un tiempo a esta parte, uso esa cosa llamada plancha.

Mi relación con el aparatito en cuestión es breve. Solemos quedar los viernes, que es la noche de cañas y desmadre. Nos vemos durante cinco minutos y ya nos despedimos hasta la semana siguiente. El engendro del mal que manejo tiene un medidor de temperatura que se supone que es el ideal para tu tipo de pelo. A 170 grados suelo cocer mi melena. Y como ya lo sé, cada vez que enchufo el trasto ya ni siquiera me fijo. He ahí mi error.

Esta mañana tenía que estar mona para impresionar a un tipo (de los que controlan el negocio que me interesa, que ya no estoy pa ningún otro trote). Me he levantado temprano, ducha, pelo, maquillaje y melena. Mientras me vestía he dejado la plancha enchufada para que se fuera cargando. Así luego solo tendría que pasármela por el pelo y listo. Hasta ahí todo perfecto. Cuando estaba ya ideal de la muerte, me he puesto delante del espejo, he cogido un mechón y… ¡zasca planchazo! Todo iba como siempre hasta que ha empezado a salir humo. Yo, en mi infinita inocencia, he pensado que a lo mejor no me había secado bien alguna punta y que por eso humeaba el asunto. Pocos segundos después ha empezado a oler a pollo quemado.
—Mamaaaaa, se te está quemando el desayuno —Mi hijo con su voz angelical pegando voces desde el salón antes de las ocho de la mañana.
—Pero qué desayuno ni qué porras si estás comiendo cereales?
—Pues se está quemando algo —ha dicho como si estuviera hablando con su hermana pequeña.
He respirado hondo tratando de ignorar el tonito, he vuelto a coger el alisador y venga otro mechón. Ohh y ese momento ha sido sublime. El olor a pollo quemado se ha convertido en pollo muerto.
—Te sale humo de la cabeza, mamá —ha dicho la criatura con un tono mezcla de sorpresa y descojone.
—Dime algo que no vea, xiquet. —Lo sé. Soy un encanto cuando aún no he tomado café.
—A ver si se ha estropeado eso…
—No creo. Es nueva. Bueno… solo tiene un año.
Entonces ha sido cuando he visto sus ojos y su mueca a través del espejo.
—¿Qué has hecho? —le he dicho con ese tono mío de no te va a pasar nada pero te vas a cagar.
—Nada… —Y se ha puesto tan rojo al pronunciar esa palabra que él solo se ha delatado.
—¿Seguro?
—Bueno…
—Adri…
—Es que quería ver cómo se me quedaba el flequillo —ha dicho casi en un susurro.
—Ya. ¿Y tú no sabes que este trasto en cuanto cambia de pelo varía la temperatura?
—Eh… ¿A cuánto está ahora?
—220 —he respondido al tiempo que sentía cómo se me aceleraba el pulso y echando rápidas miradas a mis puntas.
—¡Joder cómo mola! ¡Sí que aguanto calor! ¡Bueno que llego tarde al cole, te quiero!
El enano ha huido de casa más rápido que un medallista olímpico de los cien metros lisos. Aquí me he quedado yo evaluando los daños y tratando de poner la melena en su sitio.


lunes, 24 de abril de 2017

Cansada del mal


Hay personas que nos joden la vida. Y no me refiero a esas con las que nos cruzamos en un momento puntal. Hablo más bien de aquellas a las que parecemos atraer en plan imán, a las que permitimos acceder a nuestro interior y quienes, una vez ahí, arrasan con todo como el amigo Atila. Cualquiera de nosotros podríamos escribir miles de palabras explicando diferentes experiencias con este tipo de seres a los que, personalmente, no les deseo nada malo. Pero para empezar me gustaría que les entraran unas cagaleras del demonio y tengan el váter más cercano a mil kilómetros.

Sin embargo, hoy no quiero escribir sobre estos personajacos, sino que me apetece reflexionar sobre la gente buena. Sí…haberla hayla. Como las meigas. Esos pequeños tesoros que hay que saber encontrar y, lo más complicado, ser capaces de conservar. Solemos estar rodeados por mediocres, cutres e hijos de puta en general. Eso es así. Otra cosa es que queramos echar mano del optimismo y del buen humor para levantarnos de la cama cada mañana. PERO, como decía Serrat “de vez en cuando la vida nos besa en la boca” y pone en nuestro camino a seres que, por una razón u otra son especiales, mágicos y lo más importante… Buenos.

En mi caso, mis pequeñas hadas madrinas están escondidas detrás de cada una de vosotras que me seguís, que bromeáis conmigo día a día, esas mujeres que me hacen sonreír con sus ocurrencias y sus anécdotas. Vosotras que inspiráis algunas de mis historias y a partir de las que creo algunos de mis diálogos. También estáis vosotros… Con los que reflexiono, me peleo y también me río a placer. Me siento afortunada por teneros.

Muchos me preguntáis qué me pasa en los últimos tiempos y, aunque no soy persona de dar explicaciones, os lo voy a contar. Estoy cansada del MAL. Sí, así con mayúsculas. Veo cosas que no me gustan, leo muchas que me espantan (y no porque sea de las que se limpia el chirri con papel de seda), veo caer hostias como panes a personas que ni se las ven venir, ni se las merecen…etc. Como eso ni va conmigo, ni me gusta, ni lo quiero cerca de mí pues me he dedicado a limpiarme el aura o, como decía un poeta que conocí, a lavarme el coral en el río. No estoy rara, ni enfadada, ni mucho menos triste. Simplemente tengo el acceso limitado a mi vida y a mi persona.  Bastante restringido, a decir verdad. Solo quiero gente que me sume, no que me reste. Personas en las que pueda confiar una tarde tomando un café y con las que no tenga que estar midiendo mis palabras, no vaya a ser que media hora después esté subida la conversación en cualquier muro de Facebook. En definitiva… Humanos sanos.

Si pertenecéis a ese género… BIENVENIDOS. Si no ya sabéis… Aire que vol dir vent 

miércoles, 19 de abril de 2017

Tenemos chico nuevo en la oficina


No… No es divino, ni alto, ni moreno, ni tiene los ojos verdes, ni la ropa le sienta como un guante, ni se le adivinan los músculos en la camiseta blanca que lleva. Pero… Es mono. El mozo ha llegado hace un par de horas cargado con su ordenador y, cuál ha sido mi sorpresa al ver que se instalaba en la mesa que hay justo enfrente de la mía. Se ha presentado, me ha dado dos besos, me ha contado a qué se dedicaba y se ha interesado por mi trabajo. Luego se ha puesto a trabajar y yo he seguido con lo mío hasta hace un momento en el que ha vuelto a dirigirse a mí.
—Perdona…
—Sí?
—Mira voy a mover un poco el monitor del ordenador
—Perfecto —me he limitado a responder sin entender por qué me contaba eso.
—Es que eres tan guapa que me distraes…
Y aquí estoy yo ahora pensando si me ha llamado fea por todo el morro o si, en realidad, mi belleza lo tiene deslumbrado… Pa mí que va a ser lo primero 😊

martes, 18 de abril de 2017

Viajando como los Alcántara


Los que habéis nacido antes de la década de los ochenta recordaréis aquellos viajes familiares con la baca del  SEAT 124 cargada hasta los topes y la abuela casi en el maletero. Durante los veranos de mi infancia disfrutaba viendo cómo llegaban los coches a mi pueblo llenos de madrileños dispuestos a instalarse en la playa todo el mes de agosto. Yo, como mi madre trabajaba de sol a sol, me conformaba con imaginar cómo serían esos trescientos kilómetros que separan Benidorm de Madrid. Qué harían durante el viaje. ¿Cantarían? ¿Contarían historias? ¿Discutirían? A medida que fui creciendo, también mejoraron los vehículos. De modo que nunca he vivido un viaje en plan familia Alcántara. Hasta ayer…

Después de una semana visitando a la familia tocaba regresar a la rutina. Como servidora es pobre y además viaja con niño, pues no me quedó otra que hacer el trayecto en autobús. Una que es previsora, ya se compra los billetes en la clase Supra de Alsa y bien delante porque da la casualidad de que el pobre Sheldon se marea en cuanto separa los pies del suelo. Treinta minutos antes de la partida del bus aparecimos en la estación y nos ubicamos en el andén indicado. No habían pasado ni cinco minutos cuando una señora con un chaleco reflectante empieza a dar voces. Sí, de esas que dan los pastores al ganado cuando están en el campo. Alucinada con la algarabía me acerqué a ver lo que pasaba. Menos mal. Porque la buena mujer estaba anunciando a grito pelao que los pasajeros con destino a Barcelona podíamos subir ya al autobús.  En aquel mismo momento dirigí la mirada hacia la tartana en la que se suponía que debía viajar y sonreí. Aquel vehículo no era el mío. Yo había pagado por un bus de los buenos, como dice mi hijo y no por un viaje al pasado. Sin embargo, algo en mi interior me impulsó a preguntarle a la moza no fuera a ser que me quedara en tierra. Cuando me respondió de forma afirmativa decir que se me cayeron los palos del sombrajo es quedarme muy corta. Lo que se me cayeron al suelo fueron directamente las tetas y eso que las tengo muy bien puestas. Con toda la calma de la que fui capaz le dije a la buena mujer que yo tenía que ir en un supra a lo que ella me contestó que la empresa había subcontratado servicios por exceso de viajeros y que eso era lo que había.

Pues nada… Cogí a mi criatura, coloqué las maletas, me despedí de mi madre y al bus que nos subimos. En cuanto puse un pie en él fue como retroceder 35 años en el tiempo. Ese olor a plástico y a moqueta, esos asientos con reposabrazos de skay , esa rejilla para el aire acondicionado que solo funciona cuando el vehículo está en marcha y que suelta el frío a chorros. Respiré hondo mientras nos acomodábamos pensando ya en la reclamación que les iba a poner cuando mi hijo empezó a enumerar las carencias completamente horrorizado. “Mamá no hay baño. Mamá no hay enchufes. Mamá no hay tele. Mamá no hay Tablet. Mamá dime que no vamos a pasar seis horas aquí…”. Solo tuve que mirarlo una vez para que asintiera, cerrara la boca y, a continuación, empezar a marearse como un pollo. Tanto que solo tuvo fuerzas para preguntar: “Dónde se vomita aquí”. Y no será porque no había tomado biodramina, que llevaba dos, sino porque creo que los laboratorios farmacéuticos no fabrican pastillas para transporte de la Edad Media.

Allá cuando quiso Dios el autobús arrancó y salimos rumbo a Valencia. Cuando llegamos a la capital del Turia, la mitad de los pasajeros teníamos la espalda baldada. Los asientos eran tan duros que creo que hubiéramos podido partir cocos sin problemas encima de ellos. Todos respiramos aliviados cuando hicimos la habitual parada de media hora. Por lo menos íbamos a poder despegar el culo del asiento durante un rato. Luego otra vez al bus y ya directos a Barcelona. No hacía ni veinte minutos que habíamos dejado atrás la ciudad cuando, para nuestra enorme sorpresa, el señor conductor nos mete en el área de servicio de Sagunto. Todos nos miramos con cara de “a lo mejor hay alguien que se encuentra mal”.  En cuanto se detuvo el vehículo, el buen hombre agarró el micro y nos dijo: “Vamos a hacer una parada de 45 minutos porque cinco personas se han despistado en Valencia y hay que esperarlas. Si quieren ustedes bajar… “.

Ni bajar, ni leches. En cuanto todos comprendimos el mensaje empezamos a alborotarnos en plan gallinas histéricas. Una que ya es muy vieja estaba callada observando el guirigay. A mi alrededor sonaban las típicas frases de “que se jodan”, “vámonos porque no tenemos la culpa de que la gente sea tonta”, “esto es muy fuerte porque un avión o un tren no esperan a nadie”, etc. Cuanto más se soliviantaba el personal, más tozudo se ponían los dos conductores diciendo que había que esperar y que si no nos gustaba que pusiéramos una reclamación porque ellos tampoco podían hacer nada. Y ahí fue cuando salió mi zorrasca interior. Porque yo no tengo diosa de esa… tengo zorrasca. Me levanté del asiento y, del mejor modo que pude y sin olvidar que llevaba un niño al lado, les dije que no podía hacer eso. No se podía sacrificar a 52 personas por 5. Pero ellos seguían en sus trece. Así es que cogí el móvil, les dije que estaba llamando al 112 y que ya les explicaran la situación a la Guardia Civil. Mentar a las fuerzas del orden y venirse arriba el pasaje fue uno solo. Cuanto más jaleaban, más blancos se iban poniendo los pobres hombres que nos tenían que llevar a Barcelona. ¡Menuda revolución! Durante unos segundos nos retamos con la mirada hasta que el más mayor de los conductores dijo las palabras mágicas: “Ea… Pues nos vamos”. Algarabía máxima, aplausos, pitos… Parecía que hubiéramos ganado de nuevo el mundial de futbol. Solo nos faltaba una traca para celebrarlo. La misma que hubiéramos prendido 9 horas después cuando llegamos a la ciudad con casi dos de retraso entre aplausos, vítores y abrazos.


No tengo ni idea de qué pasó con los cinco despistados ni si han llegado a su destino. Lo único que sé es que hoy me duelen todos los huesos del cuerpo y que a la empresa de transportes hace dos horas que le ha caído la reclamación del pulpo. Eso sí… Tengo que agradecerles el maravilloso viaje a las vacaciones de la infancia. 

miércoles, 5 de abril de 2017

Mientras dormía...

Lo primero que hago cuando llego a casa después del trabajo es ducharme, ponerme ropa cómoda, recogerme el pelo y quitarme de la cara todas las pinturas de guerra. Ayer tuve uno de esos días que te agotan hasta decir basta. Terminé tan cansada que solo tuve fuerza para ponerme un pantalón de chándal y hacer la cena. La verdad es que iba monísima. Mitad Barbie Ejecutiva, mitad vengo del hiper de hacerme las mechas. 

Me senté en el sofá con una ensalada y rota por completo. Puse una de las series a las que little sheldon y yo estamos enganchados. Poco a poco me fui escurriendo entre los cojines como un alga hasta que, irremediablemente, me quedé dormida. En realidad nos quedamos fritos los dos porque, cuando me desperté, allá sobre las tres, la pequeña mosca roncaba abrazada a mis piernas.  Con los ojos medio pegados lo llevé a su cama. Luego fui al bañó a lavarme los dientes y de paso desmaquillarme. 

Como soy de las que no les gusta hacer una cosa si puede hacer dos, me senté en el váter y aproveché el instante para pasarme el cepillo facial. Sí, ese que se lleva hasta la última célula muerta de tu ser. En cuanto lo noté vibrar sobre la piel sonreí. ¡Qué maravilla! ¡Qué relax! ¡Qué frescor! Apenas unos segundos después, la cosa se convirtió en ¡joder qué frescor! ¡Coño qué calor! Separé el cacharrito de la cara, abrí los ojos y, tras parpadear varias veces para poder enfocar bien la vista, vi una pasta blanca con un intenso olor a menta deslizándose entre las cerdas. A esas alturas, el rostro ya me ardía. En plan nit de la cremà. 

Medio tambaleándome me puse frente al espejo y me miré el careto. Espectacular. Toda él era una bola enorme de mentol. Un algodón de azúcar gigante de pasta de dientes "ultra fresh" que estaba empezando a estirarme la piel al más puro estilo Renée Zellweger. Me miré con detenimiento y consideré en dejarme la plasta puesta. Tal vez tuviera propiedades antiedad y así deje de gastarme un pastón en cremas cada mes para retrasar lo inevitable. Sin embargo, los ojos me empezaron a escocer y obedecí a mi lado sensato. Abrí el grifo del agua caliente y empecé a lavarme con ella.
¿Cuánta espuma suele hacer el dentífrico? Entre poca y nada, ¿verdad? ¡Error! Cuando te lo aplicas en con un cepillo eléctrico de no sé cuántos millones de revoluciones es como una gota de Fayry en una piscina de olas. Pero, como soy más cabezona que nada, ahí seguí yo dándome agua como si me fuera la vida en ello. Cuatrocientos litros después no había arreglado nada.

Una luz iluminó la única neurona que no debía de estar mareada por el mentol. Alargué la mano, cogí una toalla. ¿Habéis visto alguna vez a un panda dar volteretas en su jaula del zoo? Pues lo mismo. Sin casi poder ver, con la piel tirándome nivel muerte y acordándome de todas las vírgenes, me enzarcé en una guerra a muerte con ese trozo de algodón.

A las cuatro de la mañana conseguí meterme en la cama. Me he levantado con la cara tersa nivel ultratumba y un pestazo a menta que no voy a necesitar insecticida en un par de milenios.

martes, 4 de abril de 2017

Punto de partida


Hace unas semanas me encontré por casualidad con esta imagen. Me suelen gustar bastante los memes porque me sirven para luego crear personajes a partir de ellos. Sin embargo, este en concreto, me ha inspirado toda una historia. De momento es solo una idea, un par de páginas escritas a mano en un cuaderno y una reflexión continúa sobre cómo convertirla en un punto de partida con un final feliz. 

miércoles, 29 de marzo de 2017

Friki nivel Dios



Soy muy fan de los programas para adelgazar que hay en la tele. Hace un par de años, una tarde de domingo en la que estaba bastante aburrida descubrí “Cambio radical”, ese espacio que presenta el estupendísimo y fibradísimo Chris Powell. A los dos minutos de ver uno de los episodios, me fascinó tanto el concepto que he procurado seguirlo con el paso del tiempo. Como soy más de series en netflix o HBO, me hice mi propia selección de capítulos de youtube para poder verlo cuando quisiera. De modo que, un par de veces por semana a la hora de cenar, veo el sufrimiento de personas que pesan más de ciento cincuenta kilos para conseguir alcanzar un cuerpo saludable.

Hace un par de meses, en su cuenta de instragram, el matrimonio Powell anunció que iban a lanzar una app para teléfonos móviles con la que ponerse en forma y aprender a comer de forma saludable. Como persona que ha perdido 47 kilos en los últimos cuatro años, siempre procuro estar bastante al día de estas cosas. Nunca está de más conocer recetas nuevas y rutinas de deporte complementarias a las que ya hago. Entré en la web en la que se daba más información sobre este programa y allí encontré la posibilidad de acceder a una de las suscripciones gratuitas que se sorteaban para celebrar la puesta en funcionamiento de la aplicación. Lo único que se tenía que hacer era enviar un mail explicando por qué debías ser escogido. Y sí… Como mi frikismo es nivel Dios redacté ese correo contándoles mi experiencia con el peso a lo largo de los años y cómo había sido el proceso para disfrutar de la vida que tengo ahora. Mandé el testimonio y me olvidé de él. Hasta ayer, día en el que se lanzaba la app de forma oficial y me encontré con un mensaje en el teléfono en el que se me informaba de que podía disfrutar de tres meses de suscripción gratis porque mis palabras “have moved us in a deep way”. Vamos que los debí emocionar.

Y nada… Aquí estoy trasteando el programita y tomando nota de algunos de los consejos que dan porque me parecen bastante útiles. No hay como ser rarito para que te pasen cositas así.