miércoles, 7 de octubre de 2015

¿Para estar bella hay que sufrir así?




Las mujeres del siglo XXI vivimos peor que las del XX. Seguro que ahora mismo más de uno se está echando las manos a la cabeza ante tal afirmación. Ahora mismo os voy a argumentar los motivos que me llevan a pensar así.  Desde tiempos inmemoriales, las mujeres de mi familia siempre han sido muy presumidas. Por suerte para ellas vivían en un entorno acomodado y tuvieron acceso a los primeros productos de belleza importados de otros países. Aún recuerdo cómo mi abuela narraba emocionada sus encuentros con Coco Chanel en París y la fascinación que sentía tanto por sus sombreros como por sus perfumes. 
Mi madre, emigrante durante casi una década a ciudades como Ginebra y Londres, también tuvo la oportunidad de acceder al que ella todavía considera el producto estrella de la cosmética universal: La crema Nivea. La del envase metálico de color azul. Todavía hoy la sigue usando para todo. Para ella, en cuestión de piel no hay arruga, mancha o desaguisado en general que no pueda solucionarse con el producto en cuestión. Su eficacia está garantizada porque si vierais la piel que tiene mi progenitora con más de ochenta años alucinaríais. 

En cuestión de cosmética para el cabello en mi casa siempre se ha hablado de la pastilla de jabón Lagarto y un buen chorro de vinagre para el aclarado. Yo ya fui de la generación del champú pero el vinagre me lo echaban a litros por el pelo cuando era pequeña. Decían que daba brillo a la melena y alejaba a los insectos. Tengo que admitir que ambas propiedades fueron ciertas. Mi pelo era estupendo y nunca tuve bicho alguno  aunque mis amigos del cole tuvieran piojos del tamaño de un cenicero de bingo. 
A lo largo de mi vida adolescente/ joven me fue bien en el uso de cosméticos porque había una crema más o menos para todo y un champú. Listo. Pero… ¡oh amigos! Llegó el siglo XXI y todo se convirtió en un auténtico caos. Crema de día, de noche, hidratante, nutritiva, serum, contorno de ojos, rellenador de arrugas, colágeno, ácido hialurónico, aceites. ¡Dios bendito! Ahora en vez del neceser de toda la vida necesito uno de esos muebles de Ikea con mil baldas y todavía me falta espacio. En lo que respecta al cuidado del cabello tres cuartos de lo mismo. Liso, rizado, reparador, anti edad, anti caída, mascarilla, acondicionador, ampollas. ¡Otro mueble de Ikea, vamos!
De haber querido podría haber seguido el ejemplo de mis ancestros. Seguir fiel a lo que me ha funcionado toda la vida y listo. Pero resulta que, a pesar de saber cómo funciona el apasionante mundo de la publicidad, en ocasiones también soy víctima del marketing. Y precisamente por eso hoy he empezado el día calentita ya. 


Para quienes no me conozcáis bien deciros que tengo el pelo rizado aunque todavía no sabemos bien por qué. Nací con el pelo más liso que una asiática y así lo tuve hasta los treinta años.  Un día que dio un siroco, me afeité la cabeza a lo Teniente O’Neill y desde entonces tengo más bucles en el pelo que Bisbal. Misterios de la naturaleza.  Como odio los rizos (los míos, conste) utilizo productos para alisarme el cabello. Pero, de vez en cuando, me da por dejarme mi pelo de oveja natural. Así es que en casa tengo champú para ambos casos. 
Como esta mañana tenía una reunión a primera hora he pensado acudir toda mona con mi melena lisa. Al salir de la ducha me he secado el pelo con la toalla y al coger el secador me he dado cuenta que tenía el pelo… raro. He empezado a alisarlo con el cepillo. Cuál ha sido mi sorpresa al comprobar que, en vez de alisarse, mi pelo se hinchaba en plan globo y se me ponía de punta como si estuviera poniendo la lengua en uno de esas bolas que generan electricidad estática. 
He abierto el cajón del mueble y me he puesto una crema que me recomendó el peluquero para los días en los que tuviera el pelo especialmente rebelde. Me lo he aplicado y he seguido con el secador. Pero mi melena ha seguido hinchándose como uno de esos algodones de azúcar que venden en las ferias. Después de media hora de esfuerzo aquello no había quien lo domara. Así es que me he peinado con un moño estupendo y me he ido a la reunión. 
Al regresar a casa y entrar en el cuarto de baño se me han puesto los pelos como escarpias al comprobar que el champú rizos perfectos descansaba junto a la mascarilla liso keratina. Entonces lo he entendido todo. De modo que he bajado al súper a por jabón lagarto y una botella de vinagre. ¡Volvamos a lo que siempre ha funcionado!

3 comentarios :

  1. Genial. Al final lo de antes sigue funcionando, habrá que volver al siglo pasado. Yo tambien he usado y sigo usando vinagre. jajaja

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  2. jajaja los viejos remedios nunca fallan.

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