Los más jóvenes es posible que no hayáis oído nunca hablar de esto pero, a principios de la década de los ochenta, hubo un anuncio en televisión que animó bastante al personal. En él una señorita con un cuerpo de escándalo corría por la orilla de una playa paradisiaca completamente extasiada. Así fue como la gente de marketing nos dio a conocer en su día la marca de desodorante FA, el frescor salvaje del Caribe.
Mi madre, aunque nació en 1932, siempre ha sido una mujer muy avanzada para su tiempo. Así es que, en cuanto vio aquel spot, ni corta ni perezosa corrió a la droguería de confianza porque quería experimentar la misma sensación de la muchacha del anuncio. Desde aquel momento en mi casa no entró otra cosa y yo crecí siempre envuelta en aromas frescos, cítricos y, por supuesto, salvajes. En mi vida adulta he seguido sus mismas pautas. En parte por ser lo conocido y también porque, en lo que aromas se refiere, me parezco bastante a ella. Así es que siempre que tengo que escoger algo para aplicar sobre el cuerpo prefiero lo ácido y fresco a lo dulzón.
El caso es que llevaba tiempo queriendo probar las famosas toallitas esas de higiene íntima que tanto anuncian en televisión y que, en mi opinión, tienen un nombre poco comercial. Deberían de haberlas llamado Chichi directamente en vez de Chilly. Pero supongo que a la multinacional en cuestión que las ideó la primera opción debió de parecerle poco apropiada. El otro día fui al súper con tiempo (algo rarísimo) y me dediqué a pasear por los lineales con calma para echar un vistazo a todo. Cuál fue mi sorpresa al encontrar las toallitas en cuestión perfectamente apiladas y con un envase muy atractivo. Me acerqué a mirarlas con detenimiento y comprobé que hay dos tipos. Unas con fórmula suave (es decir, dulce) y otra con fórmula fresca (o sea… la mía). Sin pensarlo dos veces me llevé la segunda en formato mini para el bolso y ahí han estado hasta esta mañana.
Como últimamente no tengo tiempo ni para mirarme al espejo (prueba de ello es que el otro día salí maquillada con purpurina a las siete de la mañana) hoy no iba a ser diferente. He llegado al bar para desayunar tan acalorada que parecía recién salida de una sauna. De modo que he ido directamente al lavabo a refrescarme un poco. He entrado en el baño y, al abrir el bolso para coger un cleenex he visto las toallitas íntimas. En ese momento he pensado: “Pues mira ya que estoy pues me lo refresco todo”. Y p’allá que me he ido.
Tengo que confesar que el producto funciona bien. Quizás hasta demasiado. Porque hace casi tres horas de eso y todavía tengo el frescor salvaje del Caribe justo ahí. ¡Cuánto marcan las cosas de la infancia, oiga!
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