lunes, 26 de octubre de 2015

La cortina diabólica



©"La loca del coño"

A las cinco y cuarto ha sonado el despertador. Como ya es tradición, Pepe lo ha apagado de un manotazo, se ha desperezado y después de sus tiernos ruidos matinales ha salido de la cama. Es algo tremendamente romántico que te despierten a pedos a esas horas de la noche pero, la verdad, como a esas horas no tengo el coño para farolillos ni me he molestado en decirle nada.  Mientras oía sus ideas y venidas por el dormitorio armando más escándalo que Indina Jones buscando el arca perdida, me he dado cuenta de que me meaba toda. Sin embargo he optado por apretar las piernas, “arrebujarme” bajo el nórdico y seguir durmiendo un poco más. 
A las siete un tremendo dolor de estómago y de riñones me ha despertado. Sin duda alguna, se trataba del síntoma indiscutible  que me alertaba de que o bien iba al baño o podía explotar ahí mismo. Me he levantado de un salto y he esprintado hacia el aseo. Sin control alguno me he dejado caer de golpe sobre la taza del váter y por poco me hago una ortodoncia nueva con el canto del lavabo. Una vez satisfecha la necesidad urgente que me había llevado hasta allí, he intentado ponerme en pie. Pero, en el mismo instante en el que mi trasero se ha despegado del inodoro he escuchado una especie de "crackkkk" descomunal. Enseguida un dolor indescriptible se  ha apoderado de mis riñones. Sobresaltada por lo que acababa de suceder he tratado de recuperar la posición inicial. Es decir… sentada sobre la taza del váter. Pero ya con el primer intento, mi espalda me ha vuelto a avisar con un tremendo pinchazo de que por ahí no  iba nada bien.  "Bien, Antonia”, he pensado, "si no puedes ir hacia abajo tal vez puedas ponerte en pie".  Y para allá que me he ido toda decidida. Aún no había enderezado mi cuerpo ni dos centímetros cuando un dolor indescriptible me ha hecho desistir. 
De modo que ahí estaba yo que no podía ni subir ni bajar. Bueno, tal vez pudiera ir hacia adelante.  Con mucho cuidado he levantado el pie derecho y he avanzado tres pasos al ritmo de “Las muñecas de famosa” y con un grito espeluznante que ha salido de mi garganta capaz de hacer oír al mismísimo Beethoven. Entonces me he visto reflejada en el espejo del cuarto de baño y he pensado: “Antonia solo te falta decir aquello de al ataaaaquerrrr para ser idéntica a Chiquito de la Calzada”.  En ese mismo instante he sido del todo consciente de la cruda realidad: Si quería salir de allí tenía que pedir ayuda. Pero, ¿cómo? 
He echado un vistazo rápido por el cuarto de baño en busca de un sistema para poder andar que no me produjera demasiado dolor.  Así he tratado de alcanzar sin éxito una banqueta que tengo en un rincón. No me había movido ni diez centímetros cuando el dolor se ha hecho más intenso. Debido a la postura en la que me encontraba (encorvada como una bruja de cuento) tenía el campo de visión bastante limitado. Entre lamentos, maldiciones y alguna que otra lágrima mis ojos han ido a para a una estupenda cortina de ducha preciosa que me regaló mi madre hace unos años y que es la joya de la casa. He alargado un poco el brazo derecho y me he dado cuenta de que podía tocarla sin problemas. En ese preciso instante he visto la luz: Me apoyaría en la cortina, trataría de avanzar hasta la salida del cuarto de baño. Luego haría servir la puerta de madera como lanzadera para llevarme directamente sobre el teléfono del salón. Era un plan perfecto y digno del Coyote.  
Sin pensarlo dos veces he puesto la mano sobre la cortina y luego me he girado lentamente. Ha debido de pasar como media hora hasta que he logrado colocar la otra mano sobre la cortina. Pero iba bien… Ahí estaba yo, Antonia la carnicera del Poble Sec  reptando en modalidad caracol con una velocidad de crucero de treinta centímetros por hora. Estaba absolutamente fascinada con mi capacidad para resolver conflictos e incluso empezaba a sonreír cuando he escuchado una especie de  "clinck" justo sobre mi cabeza. A él le han seguido uno, dos, tres, cuatro… y hasta diez ruiditos más. Justo con el último sonido se ha producido la tragedia.  
Mientras reptaba por la cortina adornada con unos estupendos peces de colores no he caído en la cuenta de que solo estaba diseñada  para evitar que el agua de la ducha salpicara el suelo, no para aguantar el peso de una tía de un metro setenta y cinco de altura bastante entradita en carnes. Así es que al tiempo que yo avanzaba por la espectacular tela, la cortina se iba desenganchando de la barra hasta que al final incluso el fino cilindro de aluminio blanco que la sostenía ha terminado por despegarse de la pared. 
En el mismo instante en el que  he presentido que me iba a caer al suelo sin poder remediarlo he aplicado la máxima del motorista. Esa que dice que sii ves un agujero en la calzada  que siguas recto y que no trates de esquivarlo.  De modo que me he dejado llevar por la cortina y la fuerza de la gravedad. Apenas unas décimas de segundo después he dado con mi cuerpo serrano en el suelo. El dolor se ha hecho tan insoportable que me ha cortado la respiración. Cuando he recuperado el sentido me seguía doliendo hasta el último centímetro de mi piel pero estaba más elegante que nunca con todo mi cuerpo envuelto en una tela fina con cientos de peces de colores. 
Cuando he sido capaz de asimilar todo lo que acababa de suceder, mi instinto de supervivencia me ha llevado a pedir socorro. Diez minutos más tarde y totalmente afónica he caído en la cuenta de que, debido a la construcción de mi humilde morada, nadie iba a poder a oírme. Pero yo estaba dispuesta a morir hoy y menos aún hacerlo…. ¡En aquel cuarto de baño!. Tras meditar mucho mis opciones he escogido la que  he considerado menos dolorosa y más práctica.  A modo de soldado en maniobras de prácticas  he tratado de reptar por el suelo haciendo que fueran mis brazos y mis codos los que transportaran todo el peso de mi cuerpo. Eso ha dolido. Mucho. Pero la opción de permanecer rodeada por aquel gresite y esos peces de colores un minuto más estaba acabando conmigo.
Reptando cual babosa moribunda he logrado alcanzar mi objetivo (tres horas después)... el teléfono del salón.  He marcado el número de teléfono de Pepe para pedir auxilio. En cuanto lo ha descolgado lo primero que he oído ha sido una musiquita y una voz que decía: “Avance…. Premio. Clinc, clinc, clinc….” Antes de que todo a mi alrededor se volviera negro creo que le he amenazado con algo muy gordo y que ha funcionado porque, cuando he abierto los ojos, estaba tumbada en una cama de hospital con un gotero en el brazo. Pepe me miraba con ese gesto tan suyo desde que le dio el aire y que todavía no logro averiguar si es preocupación o que no puede mover más los músculos de la cara. Pero ha sido muy cariñoso. Me ha cogido de la mano y me ha susurrado: “Ya te dije que te dejaras de cosas pa gente rara y que pusiéramos una mampara de plástico en la ducha”. 



10 comentarios :

  1. La última frase ha sido brutal jajajaja
    Lo que me he reído con esta odisea no tiene precio, ha sido genial. ¡Gracias!

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  2. jajajajajajajaja ¡Cuerpo a tierra! Pobre Antonia... Lo que nos reímos a su costa

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  3. Yo no tengo casi palabras para describir, la hilaridad, que me ha provocado éste relato, jajajaj, hacia mucho tiempo que no me llevaba a los ojos un texto tan increible. Felicidades.

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  4. Muchas gracias por vuestros comentarios. Esta es la idea... Que lo paséis bien:))

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  5. Muerooooooo!!!!!es q los hombres son así porque zeño porque???????

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  6. Épico xD Me ha gustado pero no me imagino ese dolor...

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