Una de las cosas a las que me he aficionado recientemente ha
sido al yoga. Al margen del deporte que practico casi a diario, necesitaba una
actividad física que me sirviera para conseguir algo de paz y equilibrio. Así es que, hace unos meses decidí probar una
clase en el gimnasio. La verdad es que salí encantada. Tanto que, desde
entonces, al menos un día a la semana intento dedicarle una horita a la paz
espiritual.
Esta mañana estaba preparada para darlo todo cuando ha
aparecido una señora nueva que nos ha informado que la clase la iba a dar ella.
Hasta ahí todo bien. Qué más da quién me calme el alma si lo hace bien,
¿verdad? Todo iba bien hasta que la mujer ha empezado a decir: “Inspirad,
expirad”. Al principio he pensado que a lo mejor se había equivocado. Sin
embargo, en cinco minutos nos ha matado a todos como cuatrocientas veces. Yo he
intentado concentrarme en lo mío. Pero cada vez que decía lo de “expirad” yo me
veía muerta en el suelo del gimnasio. Y con un ataque de risa lo más discreto
que podido me he salido de la clase.
Veinte minutos después ha llegado casi
todo el mundo al bar con el mismo cachondeo. Ellos también se han visualizado
muertos y no les ha gustado nada el tema. Ahora estamos decidiendo quién le
explica a la buena mujer lo de inspira y espira porque mañana no nos apetece
que nos vuelvan a matar…
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