Hace un rato he ido a la cafetería del despacho a por algo
de cafeína. Cuando te quedas hasta las cuatro de la mañana leyendo y te
levantas a las siete, necesitas varios litros para poder funcionar. Mientras
esperaba a que me sirvieran ha entrado una chica alta, morena y me ha llamado
la atención por lo divina de la muerte que iba vestida. Pantalones negros, sin
duda alguna de Boss, blusa blanca que tenía bastante aspecto de ser de la
colección de primavera de Tintoretto y unos taconazos maravillosos. Lucía una de esas imágenes de revista de moda
que tanto nos encandilan y sí, yo también me he enamorado hasta que la criatura
ha abierto la boca.
—Ponme un café con leche
—¡Enseguida! —le ha respondido el camarero que es un amor de
hombre.
—Pero házmelo cargadito. No ese “aguachichi” que te sale de
vez en cuando.
Cri, cri, cri…
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