La llegada de la primavera ha causado un extraño fenómeno en
mi persona. Por lo general voy vestida de lo más sencillita. Mona pero sin destacar demasiado. Pues bien, desde que
hace unas semanas ya la temperatura subiera por encima de los veinte grados, me
ha dado por los vestidos. Como mujer que ha tenido sobrepeso durante bastantes
años, nunca me había atrevido con este tipo de prendas. Básicamente porque los
que me gustaban no me entraban y los que
se ajustaban a mi cuerpo parecían más apropiados para cubrir una mesa camilla. Pero
como gracias al esfuerzo he logrado quitarme todos los kilos que me sobraban
esta temporada mi problema reside principalmente en qué vestido NO comprarme.
Hoy he elegido uno de color blanco precioso que me compré en
mi último viaje a Nueva York. Como buen vestido lleva una bonita cremallera que
me ha ayudado a abrochar mi hijo de nueve años a primera hora de la mañana. He
salido a la calle contentísima con mi nuevo look e incluso he recibido un par
de halagos por parte de personas que por lo general ni me miran. Me he paseado
por las calles de Barcelona mientras hacía una serie de recados que tenía
pendientes y luego me he ido en dirección al despacho a escribir.
Lo primero que he hecho al llegar ha sido quitarme los
tacones. A continuación mi intención ha sido quitarme el vestido pero cuál ha
sido mi sorpresa al comprobar que la cremallera estaba atascada. Durante unos
segundos he tratado de mantener la calma repitiéndome que solo tardaría unos
segundos en deshacer el entuerto. He seguido intentado deshacerme de la prenda
pero no había manera. En uno de mis intentos desesperados por quitarme el
vestido me he tumbado en el suelo y he hecho la croqueta para ver si así
aflojaba un poco la cremallera. Pero tampoco ha funcionado. Me he vuelto a poner de pie y he llegado a la
conclusión de que tendría que quedarme así hasta que llegue el niño del
colegio. Pero todavía faltaban un montón de horas y no me apetecía arrugar el
vestido tan estupendo.
Durante varios minutos he vuelto a hacer un último intento
de bajar la dichosa cremallera pero nada. No he tenido suerte. A continuación
ha pasado por mi mente aquella famosa frase que reza: “A grandes males grandes
remedios”. Así es que enfundada en mi vestido con cremallera atascada y todo he
abierto la puerta de la calle, he salido al rellano y he llamado al timbre de
mi vecino de al lado. A los pocos segundos ha abierto la puerta y me ha mirado
con cara de no comprender nada.
—
Perdona… Sé que esto te va a parecer raro pero,
¿puedes ayudarme?— le he dicho mientras me daba la vuelta y le enseñaba la
cremallera a medio bajar del vestido.
—
Veré qué puedo hacer— ha respondido él casi
entre risas.
—
En serio no quiero sexo ni nada. Es que me he
quedado atrapada aquí dentro. — Una frase estúpida por mi parte, sí. Pero es
que el momento era de lo más surrealista y suelo decir gilipolleces en
situaciones así.
—
No te preocupes…
Durante unos segundos el muchacho ha estado forcejeando con
el vestido hasta que al final he escuchado un click que ha sido como música
celestial.
—
Ya está. ¿Puedo hacer algo más por ti?
—
No… muchas gracias, de verdad.
Luego he dado media vuelta. He
tratado de caminar lo más digna posible mientras me sostenía el vestido con una
mano y abría la puerta con la otra...
Jajaja, qué post tan bueno! Estoy con lágrimas en los ojos. Oé tú! Un besazo!
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